En cambio, la Iglesia católica está de fiesta, apenas indignada porque otros vean la vida de distinta manera. Tienen todo el derecho, pero también los demás para juzgar. Lo más preocupante de la llamada "marcha de laicos" (presentada sin razón como "antipapa", pese a estar convocada también por organizaciones católicas), es la sola idea de que debió prohibirse porque molestaba al Papa. Si la libertad sirve para algo, es para decirle al poder (y a la gente) lo que no quiere oír. Para ensalzar no hace falta pedir permiso. Peor síntoma es que entre los prohibicionistas hayan destacado gobernantes de la derecha católica. ¿No era compatible la Constitución con la militancia romana? Menos mal que el portavoz del Vaticano, el jesuita Lombardi, templó ánimos con sentido común. "En todas las jornadas mundiales de la juventud ha habido protestas", dijo para aclarar unas manifestaciones del primado de Toledo, Braulio Rodríguez, llamando "paletos" a los manifestantes.
Es verdad que la creciente expansión del laicismo está produciendo un renacer del ateísmo y el agnosticismo. Ahí están los éxitos de libros como El espejismo de Dios (Dawkins), Dios no es bueno (Hitchens) oTratado de ateología (Onfray). Tampoco hay que exagerar. Comparados con los anticlericales del siglo XIX, son corderos con piel de lobo. Ni siquiera mejoran al clásico más reciente, el delicioso Why I Am Not A Christian (Por qué no soy cristiano), de Bertrand Russell. Como ha señalado el filósofo Heleno Seña, pensar en serio que el único problema de la humanidad es el de creer o no creer en Dios, "es adoptar, en sentido inverso, la misma intolerancia que hizo exclamar a Tertuliano que fuera de la Iglesia no hay salvación".Defendió Bonhoeffer que el hombre moderno tiene que vivir como si Dios no se hubiera dado. Era también una idea del rumano Mircea Eliade: "¿Pero se ha comprendido que la verdadera religión empieza sólo cuando Dios se ha retirado del mundo?" Lástima que el teólogo (y papa) Ratzinger no se detuviese anteayer a explicar sus teorías sobre tales eclipses.
La expansión del laicismo hace renacer el ateísmo y el agnosticismo